viernes, 3 de febrero de 2023

Cartas a quien pretende enseñar - Paulo Freire - Parte II

... continuación de de la Parte I 

Quinta Carta: Primer día de clase

Freire recuerda que el conocimiento es una construcción social inconclusa y no hay verdades definitivas, por lo que sus textos buscan provocar, desafiar a los lectores,  para que su práctica mejore en función de un diálogo crítico que se genera en el ejercicio de leer y escribir.

Además, recuerda que los maestros son seres humanos, con vulnerabilidades, con sentimientos y emociones, incompletos y  en crecimiento diario a través de su práctica educativa. E igual de humanos son los estudiantes, que son iguales junto al maestro, aunque con roles y contextos diferentes.

Y el conocimiento no es solo  teórico o solo práctico cotidiano, sino que la teoría y el contexto real se reconcilian dialécticamente, por lo que se regresa a la primera carta, sobre leer el mundo y leer la palabra, sobre la educación como un ejercicio de observar, leer, escribir, pensar, repensar, soñar y trasformar, la palabra y el mundo real, las emociones y el conocimiento,  el discurso y las prácticas...

La carta cuenta una anécdota triste, pero significativa. En una zona rural la maestra le pregunta a un niño ¿acostumbras soñar? y el niño responde "no, yo solo tengo pesadillas". Esto nos regresa a la segunda carta sobre el miedo y es eso lo que sucede en una primera clase y en cualquier clase, no solo de un profesor nuevo y sin experiencia, sino de cualquier profesor.

Es un miedo que debe superarse con todas las cualidades relacionadas en la cuarta carta, con humildad, con amorosidad, con valentía, con seguridad...

La carta cierra nuevamente con el llamado a la acción y la visión política de la educación y  el maestro:

"...En una sociedad como la nuestra, de tan robusta tradición autoritaria, es de vital importancia encontrar caminos democráticos para el establecimiento de límites para la libertad y la autoridad con los que evitemos la licencia que nos lleva hasta el 'dejemos todo como está para ver cómo queda', o al autoritarismo todopoderoso..."

Sexta Carta: de las relaciones entre la educadora y los educandos

Profesores y estudiantes somos seres humanos, iguales, pero con un contexto diferente y unos roles diferentes, un contexto que incluye los antecedentes, la actualidad y los sueños de vida. El profesor tiene la responsabilidad de establecer una relación amorosa con los estudiantes, sin autoritarismos, pero sin extremos de indisciplina.

La relación del profesor y los estudiantes debe estar fundamentada en el testimonio del profesor, que es la coherencia entre su discurso y sus acciones, que lo que el profesor dice en clase sea consistente con su vida cotidiana.

El profesor debe conocer el contexto de sus estudiantes, su realidad y debe procurar que los estudiantes conozca  la realidad del país, de la sociedad, que relacionen la teoría con la vida real. Eso implica la lectura de noticias, la discusión sobre programas de radio o televisión que se relacionen con lo que se enseña y aprende. Nuevamente se regresa  a las cartas anteriores sobre leer, escribir y pensar el mundo y la palabra.

Es recomendable que el profesor tenga como práctica de su acto educativo el registrar, escribir, sobre lo que sucede a diario en la clase con sus estudiantes: "observar, comparar, solucionar, seleccionar y establecer relaciones entre hechos y cosas...". Es básicamente un ejercicio de investigación educativa permanente, que retroalimenta la práctica educativa.

Finalmente, la relación entre maestro y estudiante debe estar mediada por un diálogo permanente, en lugar de  una instrucción autoritaria. Se trata de propiciar unas relaciones democráticas, donde los estudiantes reciben el ejemplo de un profesor que se reconoce como sujeto político, que construye conocimiento son sus iguales, tanto compañeros como estudiantes, buscando realizar los sueños individuales y colectivos de cambiar la sociedad...

Séptima Carta: De hablarle al educando a hablarle a él y con él; de oír al educando a ser oído por él

Siguiendo la idea de la carta anterior, la relación entre profesor y estudiante es una relación de  diálogo y crítica permanente. Pero a veces se cae en dos extremos equivocados en torno a este relación:

El extremo del profesor autoritario, que siempre habla y sus alumnos simplemente oyen y repiten y acatan, sin ser escuchados, sin voz ni voto, sin sueños ni posibilidades de un desarrollo individual y social. Y el extremo del esponateneísmo licencioso, que sigue el lema "dejemos todo como está para ver cómo queda", en el que los estudiantes son abandonados, nadie les habla ni los escuchan.

Lo que se requiere es propiciar el gusto por la pregunta, por la crítica, por el debate, en el marco del respeto, la tolerancia, la humildad y la amorosidad, buscando el saber y la transformación social. De ahí que esta carta cierre con estas palabras:

"Y si soñamos con la democracia debemos luchar día y noche por una escuela en la que hablemos a los educandos y con los educandos, para que escuchándolos podamos también ser  oídos por ellos"

Octava Carta: Identidad cultura y educación

Esta carta pone el dedo en la llaga respecto a las diferencias culturales, sociales y económicas entre profesores y estudiantes. Introduce la noción de identidad cultural que está relacionada con la noción de clase social: no somos solo lo que heredamos de nuestras familias y contexto, pero tampoco somos solo lo que adquirimos, en cambio,  somos una relación dinámica entre ambas cosas.

Los seres humanos estamos programados para aprender todo el tiempo, pero no estamos determinados a ser algo en particular y específico. Por el contrario, el estar programados para aprender nos permite estar en cambio permanente, un cambio que es primero una decisión individual, mediada por el maestro, pero  una decisión que no se puede forzar autoritariamente.

Por eso el profesor debe conocer, respetar y considerar el contexto del estudiante, su identidad cultural y en un diálogo permanente el estudiante  podrá descubrir, comprender y aceptar que debe cambiar su forma de hablar  y escribir, sus prácticas y su pensamiento.

La enseñanza y el aprendizaje son un ejercicio democrático y social, en el que también el profesor descubre y aprende de sus estudiantes y su contexto y en el que los estudiantes aprenden a ser agentes de cambio social y militantes políticos.

"La escuela democrática que precisamos no es aquella en la que sólo el maestro enseña, en la que el alumno sólo aprende y el director es el mandante todopoderoso."

Novena Carta: Contexto concreto - Contexto Teórico

Siguiendo las tres cartas anteriores (seis, siete y ocho),  la teoría y la práctica no se pueden separar, su relación es dialéctica y el profesor debe saber interpretar el contexto y realidad de los estudiantes y del momento en que se enseña. Los seres humanos no podemos ser autómatas que repetimos hábitos sin conocer, comprender y aceptar un por qué, una razón de ser.

En ese sentido, hay un conocimiento práctico popular de los estudiantes, relacionado a su contexto social y cultural, a su clase. Y es tarea del profesor propiciar en sus estudiantes la reflexión, el pensar, el leer y el escribir sobre su mundo. Y luego repensar, releer y reescribir según la teoría. Como en la primera carta, reconciliar el mundo y la palabra, pensamiento y realidad.

Por lo tanto, es clave poner de manifiesto, con respeto, tolerancia y amor, el contexto del estudiante:

"Una cosa es el niño hijo de intelectuales que ve a sus padres ejercitando la lectura y la escritura, y otra es el niño de padres que no leen la palabra y que, a lo sumo, no ven más que cinco o seis carteles de propaganda electoral y uno que otro comercial."

En una sociedad marcada por la desigualdad y el autoritarismo, se reafirma la relevancia de la educación como acto político, para transformar la sociedad y conseguir que los estudiantes rompan las barreras sociales y consigan alcanzar sus sueños:

"Desafiar al pueblo a leer críticamente el  mundo siempre es una práctica incómoda para los que apoyan su poder en la inocencia de los explotados."

Décima Carta: Una vez más, la cuestión de la disciplina

A lo largo de las cartas anteriores se ha insistido en la necesidad de una disciplina intelectual: la disciplina de leer textos a diario, de pensar y escribir, de observar, analizar y relacionar hechos y textos, de leer, pensar y escribir el mundo y la palabra. Es una disciplina que debe nacer del maestro, para que sea testimonio a sus estudiantes y estos también la adopten y desarrollen.

Esa disciplina va de la mano con el soñar, con la curiosidad, con la rebeldía, el gusto por la aventura y la osadía, pero manteniendo unos límites que equilibren esa visión de libertad y autoridad democráticas.

Se trata de una educación para una ciudadanía con "responsabilidad política, social, pedagógica, ética, estética y científica", con una disciplina que evita el extremo del autoritarismo y la obediencia y el otro extremo del espontaneísmo licencioso, en el que todo vale o todo se deja como está

"La ciudadanía realmente es una invención, una producción política... Y es por eso mismo que una educación democrática no se puede realizar al margen de una educación de y para la ciudadanía.."

Últimas palabras: Saber y crecer todo que ver

Las cartas finalizan con unas palabras finales que reiteran el caracter político de la educación y por tanto la responsabilidad que tenemos como maestros. Somos seres programados para aprender, pero no estamos determinados, nuestra educación, nuestro aprendizaje no tienen límites y podemos crecer a través de la educación, un crecimiento individual que nos permite hacernos ciudadanos capaces de transformar la sociedad.

"...que el saber de las minorías dominantes no prohíba,  no asfixie, no castre el crecer de las inmensas mayorías dominadas"

ConTICtualizando, estas cartas de Paulo Freire son una lectura obligatoria de cualquier profesor y conviene reconsiderar estas ideas a menudo, en especial cada inicio de año y semestre. Conviene recordar nuevamente las cinco ideas que extraje como resumen al inicio de esta pequeña reseña:

  1. La educación es un acto político, colectivo y tiene un papel fundamental en la sociedad.
  2. El maestro tiene una responsabilidad ética y política, lo cual le implica un profesionalismo en todos los aspectos: físico, emocional e intelectual, siempre en función del contexto social y de sus estudiantes.
  3. La educación, el enseñar y aprender, como procesos sociales, no son separables y no involucran a un solo individuo ni tampoco a un par de individuos desconectados y lejanos, sino que involucra a un colectivo de personas que deben construir la sociedad juntas.
  4. La educación es un todo complejo y en desarrollo, en evolución permanente y no se puede caer en la simplificación, en la dicotomía enseñar y aprender, leer y escribir, teoría y práctica, maestro y estudiante, aprobado y reprobado... Es un no rotundo a la educación como mera burocracia.
  5. Son principios o valores clave de la educación la libertad, igualdad y diversidad, comunicación y colaboración.




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